a
a
Creo que a mi abuelo le gustaba Spencer Tracy.
Esperar, de nuevo,
es un bolsillo de hombre dado la vuelta sobre la mesa
y un mirador al río en una ciudad industrial
de 1869 ó 1960;
esperar es sentarse junto a él,
oyéndole respirar, por vez primera,
cómo crujen sus pulmones,
frente a la tele.
El salón está vacío.
Las demás susurran en la cocina,
mientras nosotros callamos,
oyéndonos respirar;
así.
Ninguno piensa en la muerte del otro, en su estómago o en mi apéndice,
en si los hombres de la camilla resbalarán con la alfombra cuando llegue el momento de arrastrar su cuerpo,
grande y pesado
por el pasillo en eLe larga,
cubierto,
como una estrella de cine, con la cortina de terciopelo;
Esperar es no pensar en neones de hospital,
en malas noticias, llamadas tempranas, pies desnudos en la cocina, exámenes finales, viajes de fin de curso;
esperar es no pensar
en que dejamos de hacerlo.
Esperar es vivir creyéndose inmortales,
recordarse para siempre en una foto
en la sierra de Segovia,
con tacones y vestido
junto a un hombre alto
parecido a Spencer Tracy.
La sábana era blanca, los hombres no tropezaron y allí sigue, sin embargo, la cortina de terciopelo verde.
a
a
Al final morimos todos de ese veneno conocido como el-corazón-en-la-boca. El tuyo lo llevas en la mano. Devuélvelo a su lugar. Quien coma de él, se aficionará.
Monday, May 31, 2010
Thursday, May 27, 2010
Hay campos de energía funcionando
ininterrumpidamente
entre los restos desperdiciados de mi cuerpo
-metidos en botes, con etiquetas, repartidos por el mundo.
Alguien
se ha empeñado en recordarme
que existen
corrientes eléctricas
que nos conectan con las amebas inmóviles, las lavadoras y los animales pequeños.
Todos vivimos en lo profundo de un bolsillo oscuro
bellísimo,
sin costuras
dando vueltas
en el fondo
de un mar impermeable,
envueltos en silencio, esperando escuchar
la voz de una mujer
muerta en la radio,
reciente y prematuramente.
Los anuncios lo interrumpen todo, hasta el amor, la vida, el buen funcionamiento de un órgano o un programa televisivo;
como un catarro mal curado
en la frontera de México.
Es hora ya de recordar a los viejos amantes
con ojos de lemur y guantes,
para no hacernos daño;
encendiendo un cigarrillo apagado
sobre un colchón amarillo y usado
por nosotros
cubierto de ramos de flores de plástico, cervezas, recuerdos de taxis, paseos y bares y cuencos de pipas, apartamentos modernos con paredes y muebles, cambiados de sitio, gotelé y vestidos verdes, calor, elefantes de colores.
Me pregunto si habrá alguien recibiendo mis mensajes perdidos y viviendo la otra mitad de mi vida.
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Yo

- T.
- Soy un plano, un poema, una foto, un plano de una foto a un poema. Negra por fuera, roja por fuera -no hay dentro posible. Soy también de esas chicas cuellilargas, zanquiformes, con palabras y pupilas y canciones favoritas. Ya sabes, con el bosque de la noche como emblema. Combato el tiempo entre terrones de azúcar, galletas y piezas de fruta. Guardo mi corazón en un tarro y bebo café con espejos. Abandoné mi pasado en azul y ahora cruzo la estepa mongola, entre fórmulas secretas y aventuras espaciales, vestida de antigua, "tragique, triste y terrible", como las grandes heroínas de los libros.